Presuroso, intento tragar lo más rápido posible, pero tía que no pierde ocasión de instruirme, me dice, severa: “No hay que masticar rápido sino bien”.
Escondiendo a un lado de la boca la comida aun no tragada, voy a hablarle, pero ella lo advierte y vuelve a reprenderme: “no hables con la boca llena”.
Ya está. Mi boca se encuentra vacía, nada me impide dirigirle la palabra, pero tía, a quien nunca le faltan argumentos, me indica: “Respira bien antes de hablar, si no, tu cuerpo se llenará de gases”.
Siguiendo sus instrucciones cierro la boca y aspiro por la nariz. “Ahora puedes hablar”, me dice tía Berta cuya vestimenta oscura se recorta contra el fondo luminoso de la ventana.
Pero es tarde, porque un león, que escapó esta mañana del zoológico, la devora, ya con fruición, emitiendo cada tanto algún rugido, sin preocuparse por las reglas de comportamiento en la mesa ni por los beneficios de respirar correctamente.
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